Nunca imaginé que mi parto sería así

A medida que F. crecía dentro mío y que la app del celular medía su tamaño en frutas y verduras, yo me afirmaba en una certeza: iba a ser parto natural. Ni cesárea y ni anestesia.

¿Acaso no había buscado a uno de los obstetras más reconocidos en parto natural, salía a caminar todos los días y hacía pilates 3 veces por semana?

Y claro, con esa certeza, jamás leí las publicaciones de cesáreas que la app insistía en mostrarme.

Cuando rompí bolsa la madrugada del domingo Día de la Madre estaba lista.

Limpié el charco que dejó mi bolsa en el piso del baño, me duché, agarré marido y bolso y nos fuimos para el Hospital por calles desiertas. Incluso eso se daba: un viaje sin demoras.

Llegué a las 6 am con 1 cm de dilatación –la nada misma–, pero convencida del parto que iba a tener y de mi primer regalo del Día de la Madre.

Hasta las 12 de la noche ya me habían conectado al monitor fetal, inducido con misoprostol, hecho 4 tactos, inducido con oxitocina por goteo, metido en una bañera mínima y hecho más tactos.

¿El obstetra? Ni noticias.

Cuando terminó el Día de la Madre y las 00 h anunciaron el lunes, la partera anunció quirófano y peridural.

Lloré de bronca y de miedo mientras me vestía y dejaba en mi cama el disfraz de quirófano para mi marido que, por primera vez en el día, había bajado a comer algo.

Nos fuimos solas.

En un abrir y cerrar de ojos, me estaban haciendo la cesárea (marido al lado).

El anestesista me empujó la panza y la sacaron con fórceps.

Y, de repente, mi mundo se partió al medio: escuché a F por primera vez.

Fue eso lo que realmente nunca había imaginado: Cómo se sentiría en cada fibra de mi cuerpo –ese que otros cosían y rearmaban– el segundo infinito de un primer abrazo en el mi corazón dejaba de ser mío para pertenecerle
a alguien más.

Por RR