Cada contracción me acerca a vos

Mucho antes de quedar embarazada uno de los mayores miedos que tenía en relación a la maternidad, se refería al momento del parir; no podía ni siquiera llegar a dimensionar el dolor por el que una mujer podía llegar a pasar. Pero por otro lado, me dejaba tranquila el hecho de saber que miles de mujeres habían tenido hij@s antes que yo (algunas incluso tuvieron más de un parto a lo largo de su vida) y habían sobrevivido para contarlo.

Lo cierto es que una vez embarazada ya estaba, como quien dice “jugada” y recuerdo que cada vez que se me cruzaba por la cabeza el parto evitaba ese pensamiento activamente, esto es, pensaba en otra cosa para “tapar” o dilatar un hecho que inevitablemente iba a llegar. Como resultado logré mi objetivo de acercarme al momento de dar a luz sin haber pensado JAMÁS en el parto seriamente. 

Una vez en el sanatorio, cuando comenzaron a pasarme oxitocina por la vía vinieron las contracciones, al principio eran meros dolores como si fueran menstruales, o sea que eran tolerables, pero ya cuando la dilatación estaba próxima a los 5 cm. el dolor comenzó a ser más punzante e intolerable. ¿Qué estrategia utilicé en ese momento?: concentrarme en mi hijo que estaba por nacer. Con cada contracción cerraba los ojos y me imaginaba una parte de su cuerpo a la vez que practicaba una respiración profunda. 

La secuencia era más o menos la siguiente: me venía la contracción, cerraba los ojos, respiraba hondo por la nariz y mantenía la respiración, en ese intervalo visualizaba una parte de mi bebé que estaba por nacer, en una respiración fue un piecito, en otra un pedacito de una pierna, la comisura de los labios, una ceja, un cachete, un brazo, un ojito, etc, etc, etc. Así con cada contracción iba anticipando y “armando” cuál rompecabezas, imaginariamente a ese bebé que estaba llegando. Sabía que cada de ellas, por más espantosa que fuera, me acercaba más a él, a tenerlo en mis brazos, y eso me daba aliento para seguir. Trataba de mantener la respiración varios segundos, luego exhalaba por la boca y solo abría los ojos cuando pasaba el dolor. 

Hubo un instante en que me imaginé su manito sobre la mía y en ese momento me emocioné de verdad, con llanto y todo incluido. Fue un hecho que me hizo conectar con ese pequeño ser que aún era parte de mi y en breve sería un ser independiente y completamente diferenciado. 

Luego con más dilatación vino la epidural e hizo su trabajo en cuanto a bajar el dolor de las contracciones, ya no dolían tanto pero yo seguí concentrada trabajando en mi respiración y en idealizar cómo sería mi bebé. Alerta spoiler: fue mil veces más perfecto cuando nació, de lo que me había imaginado.

¿Y vos qué estrategias utilizaste para sobrellevar los dolores del parto?

Modo Critter

Soy RT, mujer, profesional independiente, agradecida, primeriza y feliz mamá de OL de 4. Luchadora y sobreviviente de la peor batalla que, como libre oferta de teta, haya experimentado hasta el día. El terror de muchas, la pesadilla de otras tantas… la etapa de la dentición.
Llevábamos casi un año de lactancia. A veces entre canciones y cuentos… Siempre envueltas en miradas y caricias. En plena caminata y descansando en nuestro almohadón preferido. Cualquier lugar, cualquier momento era bueno para crear una burbuja de intimidad. Belleza, magia, escenas idílicas. Un calco de las imágenes que generalmente representan el vínculo lactante.
Hasta que un día empezaron a bajar los dientitos. Dos de arriba, dos de abajo. ¿Qué tan terrible puede ser esto? – Pensé. Fue peor. Digamos que la burbuja cósmica se pinchó y alguna escena de Jack el destripador la reemplazó. Mordidas, sangre, gritos audibles, otros ahogados. Lágrimas a borbotones, angustia, miedo. Mucho miedo a dar la teta y que otra vez, esa zona que ya estaba lastimada recibiera una “hincada” más.
Ni en el posparto lloré tanto. Lloraba mientras le daba la teta a mi beba pidiéndole por favor que me cuidara (sí, ella casi 1 añito, yo 32), que me dolía, que no lo hiciera. Me enojaba porque ¿cómo no se daba cuenta que me estaba lastimando?, ¿cómo no me soltaba? (incoherencia una vez más, ella 1, yo 32) Lloraba porque le sacaba la teta, ella lloraba porque quería teta. Lloraba sola porque me sentía mala madre. Me enojaba, me frustraba mucho escuchar de otros que tal vez era hora de sacársela, y luego lloraba con mi compañero porque sentía que realmente no iba a poder seguir, que había que cortar la lactancia. Lloraba cuando me curaba, literalmente, las heridas y le daba a la crema de caléndula para aliviarme.
No sé cuándo duró. Parecieron meses. Seguramente la angustia extendió la percepción del tiempo. Sólo sé que un día, simplemente dejó de suceder. La tensión de la mordida inminente fue cediendo. Las lágrimas volvieron a ser de asombro. El cuerpo ya no tenía que chillar, y podía volver a cobijar en calma. A salvo ambas una vez más. Ella dejó el modo critter voraz para volver a ser mi pequeña umpalumpa. Y yo salí del modo supervivencia mesozoica para reparar esa burbuja cósmica, y ampliarla, con más amor y más consciencia que antes.
Muchas veces me preguntan cómo hice para sostener ese tiempo, cómo aguanté… Y la verdad es que la única fórmula fue preguntarme todos los días qué necesitaba, que quería yo. Deje de buscar respuestas externas. Y puse esa energía en retomar el camino de regreso a mí. Aceptar el caos, la angustia, el dolor como parte de un proceso somático, biológico y emocional, de cambios. Ser coherente con las respuestas que sentía. Sin importar si continuaba o si cortábamos la lactancia. Elegir libre y en coherencia, completa en ese movimiento. Paciencia y disponibilidad. Para mí y en extensión para mi hija.

Alias: RT

Reconociendo tus llantos

No por nada dicen que los primeros 9 meses de la vida de cualquier bebé son los más difíciles. Lo cierto es que poniéndome en el lugar de mi hijo, no ha de haber sido simple nacer y entrar en un mundo lleno de estímulos, códigos y sobre todo humanos por descifrar. Desde ahí el camino ya era sinuoso y si a eso se le agrega la falta de un lenguaje o de un sistema de signos para poder expresar qué es lo que siente, muuuuuucho peor. 

La verdad es que al nacer ningún bebé puede explicar qué le pasa, no solo por carecer de un medio de decodificación simbólica, sino porque además tienen la tarea previa de primero descubrir que está sintiendo para luego ver cómo manifestarlo. Es por ello que los primeros tres meses, por lo menos en mi caso, mi bebé lloraba casi todo el tiempo y no sabía si era caca, pis, sueño, hambre, necesidad de estar a upa y contenido, todo eso a la vez o nada. Por ejemplo si en alguno de esos meses le dolió la cabeza, le picaba el pañal o estaba sofocado por la ropa, jamás me enteré. Yo solo hacía lo mejor que podía acorde a lo que interpretaba de las reacciones y emociones primarias de mi hijo.

Sin embargo con el correr de los meses algo pasó, comencé a distinguir sus llantos!!!. Había llantos de fastidio y enojo como cuando quería la tetita, se ponía colorado y movía todo su cuerpecito mientras lloraba; otras veces el llanto era por cansancio y sueño, ese era más constante e inquieto en general; el peor de todos era el llanto por dolor, que era el más agudo de todos, punzante y transmitía su malestar a quien lo oyese. Se podría decir que no aparecieron de la noche a la mañana, sino que los fuimos descubriendo en diferentes situaciones y momentos, y con el correr de los días se fueron haciendo más y más claros. Afirmo con certeza que ningún llanto hasta después del año de vida respondía a caprichos o berrinches, sino que cada uno tenía su propósito funcional y de supervivencia para mi hijo. 

De este modo establecimos nuestra primera vía de comunicación formal a partir de la cual yo comencé a entender que le pasaba para satisfacer más eficazmente sus necesidades. Claro está que a veces lloraba y yo no sabía cómo calmarlo, pero eso se fue regularizando conforme empezó posteriormente a poder hablar (tuve que esperar 1 ½ años más para entenderlo :S ).

En conclusión hoy puedo asegurar que estar atenta siempre fue, y lo sigue siendo al día de hoy, la clave. Esto no solo redujo la cantidad de tiempo de llanto de Dr. Pipino sino que además nos permitió generar un vínculo de confianza donde él sabía de algún modo, que en el momento que me necesitara yo iba a estar ahí para él, haciendo mi mejor esfuerzo. 

¿Y vos distinguís diferentes llantos en tu hijo o hija?

El reflujo que me quema el alma

Junto con los cólicos, el reflujo es una de las experiencias más desagradables y dolorosas por las que he visto pasar a mi hijo en sus primeros meses de vida. En líneas generales desde que nació y hasta digamos los 6 o 7 meses, siempre pasaba lo mismo, luego de tomar la leche lo hacía eructar, algunas veces le salía leche y otras no, sin embargo el problema venía que hasta 3 horas después de la ingesta, solía vomitar una o varias veces. 

¿Qué es el reflujo?, pues resulta que es el ácido de la pancita del bebé subiendo por el esófago hasta llegar a la garganta, lo cual trae aparejado la sensación de ardor y de quemazón en la garganta y boca, algo terriblemente doloroso e incómodo para él. Esto, que en la vida de un adulto suele darse cuando de vez en cuando, estamos nerviosos, comimos algo picante, etc., en la vida de mi bebé se daba diariamente cada vez que tomaba leche y por el transcurso de al menos 2 o 3 hs, lo cual resultaba en un martirio.

Obviamente lo primero que hice fue consultar a la pediatra quien me dio una serie de recomendaciones o “buenas prácticas” para evitarlo, por ejemplo: sellar la entrada de aire del pecho contra la boca, cambiar de tetina de la mamadera, dejarlo erguido media hora luego de la ingesta, no hacer juegos o movimientos bruscos luego de tomar la teta, no acostarlo, procurar no moverlo mucho, etc. y como de costumbre nada funcionó. No estaban de más las vecinas, mamás, abuelas que cada una recomendaba algo diferente, e incluso remedios caseros como “té de esto o de lo otro”… tampoco sirvió. 

Debo decir que el reflujo se sucedía con la leche de mi pecho y con la leche de fórmula. Muchas veces me pregunté si era alguna reacción alérgica a la leche o algo por el estilo pero la médica me decía que hay bebés que al principio les cuesta más que otros el tema del reflujo y me agregaba algún medicamento para evitar justamente los vómitos, que le daba religiosamente pero sin el efecto deseado. 

Ni hablar de la ropa, que debía cambiar a cada rato, porque no había babero ni nada que aguantara semejante olor a putrefacción. Fue por esa época que descubrí que me era más conveniente comprar ropa de calidad media de algodón pero en cantidad, porque sino no llegaba a lavar y secar en la misma medida en la que él se iba ensuciando. 

Conclusión, ¿cuando se mejoró y cómo?, fue solo, a partir de los 6 meses con la incorporación de alimentos sólidos y la maduración de su pancita que de a poco dejó de tener reflujo, al igual que cólicos. Como siempre digo: acompañar, frustrarse y aprender! para estar presente en el tiempo de arranque, de los primeros meses de vida, que muchas veces me resultó más demandante de lo que me podía haber llegado a esperar. 

¿Y ustedes tuvieron problemas con el reflujo?

No tengo derecho a enfermarme

Bueno, como tener derecho lo tengo, pero el tema es que desde que fuí mamá, mi hijo no me da tiempo ni espacio para poder transitar una enfermedad como Dios manda, lo cual me resulta altamente frustrante y agotador. 

Recuerdo que antes de ser mamá, una vez al año por lo menos me agarraba una gripe fuerte que implicaba no trabajar por varios días, quedarme en cama, tomar bastante medicación, dormir y sobre todo hacer casi nada. En los momentos en que me aburría de dormir podía tirarme en el sillón a ver una película, una serie o simplemente estar con el celular. Mi pareja hacía de comer o yo pedía delivery y santo remedio, unos días después como por arte de magia estaba curada!. 

Sin embargo, todo eso cambió con la llegada de mi bebé. El primer embate lo sufrí con el parto per se, estaba con el cuerpo roto pero las demandas de mi hijo no me daban lugar a descansar y recuperarme. Posteriormente, en todas las oportunidades en que me he enfermado, tampoco ha habido lugar para descansar porque Dr. Pipino aún no sabe cómo acompañar una enfermedad; por lo tanto al percibir que mamá está mal, lejos de alejarse se me pega más como un abrojo, lo cual implica que no me deja hacer nada más que estar con él.

Estimo que desde la cuna (así como yo me pongo mal cuando lo percibo o veo mal), él debe darse cuenta que algo me pasa y por eso quiere estar conmigo. Lo primero que le cambia es el carácter, esos días en que yo no me siento bien, él está más berrinchudo y caprichoso por todo, lo cual en combinación con mi indisposición física y mental, no da buenos resultados. Sin embargo, siendo psicóloga, entiendo que es su manera de empatizar conmigo, de canalizar el malestar que le genera que yo esté así y trato de contenerme para no explotar por los aires (aunque a veces ganas no me falten). 

Lo otro es que quiere estar todo el día a upa, pero no es una upa tranquila y acogedora sino que empieza a revolcarse encima mio (estimo que buscando la posición adecuada) y suele golpearme diferentes partes del cuerpo como ser: pechos, estómago, pelvis, etc. En resumen, no es una agradable experiencia para mi y termino sacándomelo de encima, lo cual genera un nuevo malestar y berrinche. Ni hablar de cuando tomaba la teta y me veía mal, era un dispenser de leche 24hs., no quería largarla por nada del mundo y yo me sentía fatal.

Y en última instancia, como él se siente bien, pretende que le siga el ritmo con sus juegos habituales, que en su mayoría requieren mucho esfuerzo y desgaste físico para mi, lo cual es imposible y con ello viene aparejada una nueva frustración que manejar. En esos días debo admitir que lo primero que trato de hacer es hablarle y explicarle lo que siento. Desde que era bebé lo hice con el objetivo de que algo de todo lo que me pasa pueda comprenderlo a nivel verbal y lo calme. También cuando entiendo que ya no puedo manejar la situación, suelo derivárselo al padre para que lo cuide y por último hago uso y abuso de dispositivos móviles; aunque esta última estrategia es la que menos me gusta porque cuando se pasa mi enfermedad y se los quito, tiene muchos estallidos conductuales que me hacen recordar porque cuando estoy bien no suelo dejarlo al frente de pantallas. 

En conclusión dormir y descansar se volvieron bienes preciados en mi vida a partir de que tuve a mi bebé. Es que la mayoría de las veces lo antepongo a mi propio bienestar, no porque sea la mejor madre del mundo, sino porque por su nivel de crecimiento todavía necesita que esté a su lado para cocinarle, bañarlo y acompañarlo diariamente. Desde el momento en que fui mamá, el dolor y la enfermedad se llevan activamente, haciendo cosas, por más que mi alma y mi cuerpo estén pidiendo retiro voluntario. 

Así cuando la situación se pone muy muy oscura siempre recuerdo mi frase estrella: “el no pidió venir al mundo”, respiro hondo, entiendo que esto es un momento pasajero de mi vida que no durará por siempre y trato de concentrarme en su sonrisa, sabiendo que todo el esfuerzo vale la pena. 

Y vos, ¿podés descansar cuando te enfermás?

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