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Modo Critter

Soy RT, mujer, profesional independiente, agradecida, primeriza y feliz mamá de OL de 4. Luchadora y sobreviviente de la peor batalla que, como libre oferta de teta, haya experimentado hasta el día. El terror de muchas, la pesadilla de otras tantas… la etapa de la dentición.
Llevábamos casi un año de lactancia. A veces entre canciones y cuentos… Siempre envueltas en miradas y caricias. En plena caminata y descansando en nuestro almohadón preferido. Cualquier lugar, cualquier momento era bueno para crear una burbuja de intimidad. Belleza, magia, escenas idílicas. Un calco de las imágenes que generalmente representan el vínculo lactante.
Hasta que un día empezaron a bajar los dientitos. Dos de arriba, dos de abajo. ¿Qué tan terrible puede ser esto? – Pensé. Fue peor. Digamos que la burbuja cósmica se pinchó y alguna escena de Jack el destripador la reemplazó. Mordidas, sangre, gritos audibles, otros ahogados. Lágrimas a borbotones, angustia, miedo. Mucho miedo a dar la teta y que otra vez, esa zona que ya estaba lastimada recibiera una “hincada” más.
Ni en el posparto lloré tanto. Lloraba mientras le daba la teta a mi beba pidiéndole por favor que me cuidara (sí, ella casi 1 añito, yo 32), que me dolía, que no lo hiciera. Me enojaba porque ¿cómo no se daba cuenta que me estaba lastimando?, ¿cómo no me soltaba? (incoherencia una vez más, ella 1, yo 32) Lloraba porque le sacaba la teta, ella lloraba porque quería teta. Lloraba sola porque me sentía mala madre. Me enojaba, me frustraba mucho escuchar de otros que tal vez era hora de sacársela, y luego lloraba con mi compañero porque sentía que realmente no iba a poder seguir, que había que cortar la lactancia. Lloraba cuando me curaba, literalmente, las heridas y le daba a la crema de caléndula para aliviarme.
No sé cuándo duró. Parecieron meses. Seguramente la angustia extendió la percepción del tiempo. Sólo sé que un día, simplemente dejó de suceder. La tensión de la mordida inminente fue cediendo. Las lágrimas volvieron a ser de asombro. El cuerpo ya no tenía que chillar, y podía volver a cobijar en calma. A salvo ambas una vez más. Ella dejó el modo critter voraz para volver a ser mi pequeña umpalumpa. Y yo salí del modo supervivencia mesozoica para reparar esa burbuja cósmica, y ampliarla, con más amor y más consciencia que antes.
Muchas veces me preguntan cómo hice para sostener ese tiempo, cómo aguanté… Y la verdad es que la única fórmula fue preguntarme todos los días qué necesitaba, que quería yo. Deje de buscar respuestas externas. Y puse esa energía en retomar el camino de regreso a mí. Aceptar el caos, la angustia, el dolor como parte de un proceso somático, biológico y emocional, de cambios. Ser coherente con las respuestas que sentía. Sin importar si continuaba o si cortábamos la lactancia. Elegir libre y en coherencia, completa en ese movimiento. Paciencia y disponibilidad. Para mí y en extensión para mi hija.

Alias: RT

La última Tetita

Desde el momento de dar a luz a mi bebé, mi vida estuvo condicionada por las horas y días enteros en que daba tetita. Además de nutrir, dar la tetita es un acto de amor en sí mismo que me permitió crear un vínculo único e irrepetible con mi hijo. Es que, no hay otro ser humano que le haya dado la tetita (ni nunca lo habrá).

La tetita fue un medio para crear un vínculo en el que nos mirábamos y nos entendíamos sin palabras, en el que cuando estaba cansado o estresado, la tomaba y se sentía más relajado y se dormía. También sirvió para los momentos de dolor insoportable de pólipos, salida de dientes o golpes mortales, era el elixir de los dioses que calmaba todos esos malestares. Era cariño y afecto, abrigo y amor, amor puro.

Sin embargo, como toda historia de amor, nada dura para siempre. Con la introducción de alimentos sólidos en la vida de Dr. Pipino, la tetita pasó a un segundo plano en términos nutricionales y fue más que nada cariño. Muchas veces me daba cuenta que la utilizaba (como sustituto de agua) para bajar algún sólido o inclusive como reemplazo de un alimento en sí mismo. Esto comenzó a desagradarme y cuando mi bebé cumplió el año me costaba brindarle algunas tomas, ya no me sentía del todo cómoda.

Yo tenía la necesidad psicológica de seguir sosteniendo la tetita pero de algún modo a nivel fisiológico sabía que el ya no la necesitaba y en algún punto podía llegar incluso a ser contraproducente, dado que dejaba de comer algunas veces para tomarla. De este modo, me propuse un plan a mediano plazo para el destete que nos permitiera a los dos ir haciendo el duelo de a poco y despedirnos de ella. Fue así como se me ocurrió que un buen momento para dejarla era al año y medio.

Seguimos de manera normal, o sea, con una toma a la mañana, varias a la tarde y una a la noche hasta los 15 meses. La tetita de la noche fue la primera en desaparecer, dado que mi bebé prefería dormirse con el papá después de cenar y ya no pedía lechita. A los 16 meses las tetitas de la tarde comenzaron a darse en menor cantidad; en lugar de brindársela a demanda, le proveía lechita una sola vez durante la tarde y el resto de las veces cuando me la pedía lo llevaba a la heladera para que seleccionara algún alimento.
Esto me permitió darme cuenta que muchas veces mi tetita lo dejaba con hambre y que inclusive a nivel nutricional no llegaba a satisfacerlo. Varias tomas fueron sustituidas rápidamente por frutas, panes con queso, juegos de naranja, arroz con leche, yogur, etc. Con lo cual comenzó a ganar peso y a quedar más satisfecho. Empezó a dormir más horas de noche y en la siesta y en consecuencia también a tener mejor humor porque dormía más horas.

La última en emprender la retirada fue la de la mañana, 2 semanas antes de la “tetita final”, fui contándole a medida que hacía las tomas, lo que iba a pasar y como iban a ser las cosas. Opté por darsela cada vez menos tiempo, hasta que al final él mismo se alejaba de cada tetita un par de minutos después de agarrarla.

Las últimas tomas fueron psicológicamente destructivas para mí, sentí mucha culpa por sacarle eso que amaba tanto pero a la vez un gran alivio de ya no tener que estar atada a hacer algo que no me convencía. Y así un día llegó, fue una mañana de febrero, exactamente 1 año, 5 meses, 15 días, 14 hs. y 9 minutos después de haber nacido. Nos despertamos, se prendió a su tetita, nos miramos, nos acariciamos y le expliqué lo que iba a pasar. La dejó tan fácil como la había agarrado la primera vez y sin problema alguno. Yo tenía mucho miedo de lo que pasaría a la mañana siguiente, pero al despertarse y explicarle que ya no había más, me indicó que fuéramos a la heladera con su pequeña manito y seleccionó una fruta para comer.

Me sentí muy contenta de que la experiencia no hubiese sido traumática para él y de que pudiera dejarla de a poco y sintiéndose cómodo. Viéndolo en retrospectiva creo que el miedo era más mío por cortar ese vínculo tan hermoso que habíamos generado a partir de la tetita, pero habiendo superado esa etapa, me doy cuenta de que a la edad en que la dejamos, el vínculo ya nos pasa por otro lado sin necesidad de ella. Creo que es una experiencia hermosa y dolorosa a la vez, el ver y aceptar que mi hijo ya no es más un bebito y que está creciendo.

Contame cómo fue la experiencia de la última tetita para vos y tu bebé.

Dejarte ir…al jardín

Se me parte el corazón al pensar que tengo que empezar a dejarte ir, aunque sea a algunas cuadras de mi y algunas horas por día. Es que admitir que estás creciendo y que necesitás contacto humano con tus pares es una de las cosas que más me cuesta asimilar. Fue relativamente más fácil cuando eras bebé porque cualquier necesidad que tuvieras para bien o para mal podía resolverla en casa o tener a alguien a la par como papá, algún otro familiar o una niñera que pudiera ayudarte. 

Lo cierto es que a partir de los 2 años, ya con la autonomía física que tenés y especialmente con el lenguaje que vas ganando, no encuentro excusas para no inscribirte en un jardín. No creas que no se me vienen todos los miedos encima. Una cosa es tenerte en casa con la niñera mientras yo trabajo, los escucho y sé en qué andan y otra muy diferente es tener que dejarte en un lugar donde si te pasa algo, ya sea bueno o malo, ni me voy a enterar en el momento. 

Puse las mil y un excusas: desde que todavía no dejaste los pañales, que no tenes un lenguaje 100% desarrollado, que no se si los compañeritos te pueden llegar a lastimar, que no se si te va a gustar, etc, etc., pero lo cierto es que cada vez que te llevo a la plaza o te cruzás con algún niño o niña, veo las ganas que tenés de jugar con otros nenes y entiendo que te encantaría poder pasar un tiempo a diario con ellos. Obviamente buscás en mí un refugio porque soy tu lugar de contención y seguro, pero lejos de actuar como eso me parece que te obstaculizo en tu misión de estar con pares.

Es por eso que este año me propuse, con la ayuda de papá, el anotarte en un jardín. Negociamos con el que vayas solo 3 hrs. por día, quiero que vayas a jugar y hacer amiguitos pero no se si podría estar todo el día sin vos (aún siento como si me estuvieran arrancando un pedazo al pensarte lejos mío); que vamos a averiguar en varios lugares y de varias maneras: preguntando a conocidos, fijándonos en internet referencias, yendo a los jardines para ver como tratan a los nenes, como éstos habitan los espacios, como son las aulas y espacios comunes; averiguar por la propuesta pedagógica y las maestras que lo dictan. Todo para tratar de encontrar el mejor lugar para vos donde piense que te van a tratar bien, contener y cuidar de cualquier cosa mala que pudiera llegar a pasarte. 

Mi misión es siempre acompañarte y en este momento de crecimiento, de primera salida del hogar por tantas horas sin mamá (y ni sin nadie de mi confianza), voy a tomar todos los recaudos posibles ya que voy a depositar lo más preciado que tengo en manos de gente que no deja de ser desconocida. Espero que la vida me guíe para que mamá encuentre un lugar donde te guste ir, la pases bien y puedas desarrollar tus habilidades de juego, comunicación y compañerismo con otras y otros peques. 

¿Y vos como hiciste para dejar a tu bebé en un jardín?

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