Mi primera palabra

El lenguaje es uno de los atributos diferenciales que tenemos respecto al resto de los mamíferos superiores. Desde el aspecto psicológico inclusive, gran parte de nuestro instinto queda supeditado desde el momento en que necesitamos de las palabras para introducirnos en el mundo social del cual somos parte; para entender y ser entendidos. Sabiendo eso, desde el comienzo como madre y como psicóloga una de mis principales prioridades es estimular su lenguaje; por ello dedico gran parte del tiempo que pasamos juntos a hablarle como un adulto, como si me entendiera todo, con la certeza de que en algún momento me va a entender y de que esto favorece a que por imitación también pueda copiar alguna palabra.

Las sesiones comenzaron desde el nacimiento mismo, recuerdo cuando salimos de la sala de partos que yo ya le hablaba, le nombraba las cosas, le explicaba quién era, qué había pasado y dónde estábamos. Luego en casa, durante los primeros 3 meses de vida cuando aún no teníamos mucha interacción, también le hablaba, me tomaba algunos momento especiales donde manteníamos contacto visual, por ejemplo al momento del amamantamiento o de cambiarle los pañales. De ese modo todo lo que le decía estaba intensificado por la atención plena que nos dábamos.

A los 4 meses de vida llegó el primer indicador de que íbamos por buen camino, dijo: ajó. Yo pensé en ese momento que era un bebé muy precoz, que ya empezaba a hablar, pero según la pediatra no puede ser considerado una palabra, sino un entrenamiento gutural. La cosa siguió así por varios meses donde ensayaba diferentes fonemas: gua gua, ta ta, etc. Los dientes ayudaron y mucho, estos son necesarios para que el bebé pueda hacer diferentes sonidos que sin ellos serían difíciles de lograr (como cuando los adultos mayores pierden los dientes y les cuesta más modular las palabras y a uno entenderlas).

Luego, aproximadamente a los 10 meses comenzó a decir papapapapapa. Como todos lo que estábamos a su alrededor hacíamos el corte en papá, acentuando la última vocal, el bebé pronto comenzó a copiarnos y unos 10 días después ya decía perfectamente PAPÁ. ¡Maldición, rayos y centellas! su primera palabra fue papá, ¿es joda?. O sea, si bien estaba super contenta porque comenzara a hablar, aún al día de hoy debo admitir que me da bastante recelo que esa haya sido su primera palabra. Es que como soy la persona que lo engendró, que lo cargó en su vientre 9 meses, lo dio a luz, se quedó noches y noches en vela luego de su nacimiento porque no dormía, le dio la tetita días enteros, etc. siempre creí que tenía el derecho ganado a que esa primera palabra fuera mamá. Después de todo “me lo merezco!”.

No hubo caso… toda mi tribu femenina que me hizo el aguante diciéndole mamamama o mamá al bebé y yo, su propia madre, no pudimos contrarrestar el poder de la palabra papá. Abuela, primas, amigas, niñera, mamá tetita (etc.), todas tirando para un mismo lado con escasos resultados. Obviamente eso no bastó para que me diera por vencida. Yo seguí insistiendo con las charlas, le comencé a contar cuentos, cantar canciones e incluso le compré instrumentos musicales de juguete para soplar (ej.: flauta) y así incentivar más el lenguaje. Entonces un día ocurrió, finalmente a los 16 meses, 6 meses después de decir papá, apareció el mamamamama, que unos 10 días después terminó convirtiéndose en el MAMÁ.

¿Egoísmo puro y duro? si, claro que sí, y algo de amor propio también más o menos tirado por el tacho. Sincerándome me hubiese encantado ser la primera palabra de mi bebé, pero aún así, qué hermoso es verlo hablar y alentar a que cada día diga más y más palabra. A veces la ansiedad me gana y pretendo que hable como un adulto cuando todavía no tiene ni 2 años, que según la pediatra es cuando se largan a hablar un poco más. No veo la hora de que tengamos conversaciones eternas!!!!

¿Y en tu caso cuál fue la primera palabra?

Conversando a todas horas

Si alguien me preguntara cuando mi hijo comenzó a hablar, no sabría muy bien qué decirle. Si bien es cierto que desde el mes 10 de vida arrancó a decir algunas palabras sueltas como “papá”, no fue sino hasta después de cumplir los dos años que podría decir que comenzó a tener lenguaje. 

Orientada por la pediatra, quien nos informó que para modular y posteriormente hablar, los niños y niñas necesitan dientes, moderamos el nivel de impaciencia y expectativas de que se “largara hablar” al año, o sea, entendimos que iba a dar para largo. ¿Qué pasó entonces entre el mes diez y los dos años?, básicamente todo era un monólogo de mi parte: le relataba todo lo que hacía cuando no estábamos juntos, le contaba todo lo que estábamos haciendo cuando interactuábamos e incluso inventaba diálogos en los cuales generaba una conversación entre los dos interpretando que me querría decir si pudiera hablar en base a sus caras y gestos. Estimulación de lenguaje 100%, secundado por la niñera quien utilizaba los mismos mecanismos que mamá tetita. 

Seguimos practicando y nunca le hablé (ni permití que nadie le hablara) como bebé, tenía la teoría de que esto dificultaría más la adquisición del lenguaje, porque pensaba que primero aprendería a balbucear como bebé y después iba a tener que volver a aprender a hablar como lo hacemos los adultos. El resultado fue que los primeros meses en que comenzó a decir palabras, eran todas sílabas duplicadas, al estilo de: teté, pepé, tutú etc. Muchas veces una bisílaba significaba más de una palabra a la vez y dependía de nosotros, los adultos decodificar que quería decir. 

Con el correr del tiempo, más o menos al año y medio, las palabras de dos sílabas repetidas se fueron independizando y transformando en palabras reales tales como: agua, auto, etc. También aparecieron algunas pocas palabras de tres sílabas y unos artículos, con lo cual comenzaron a darse algunas oraciones cortas. Siempre estuvimos muy alerta y prestando atención a lo que estaba intentando decirnos para lograr decodificar su mensaje, porque solía inventar palabras. Recuerdo una vez que durante dos meses me repitió: “cucuía” hasta que descubrí que me estaba tratando de decir “con cuidado”; cuando se lo mencioné se emocionó mucho de que yo descubriera que era lo que me estaba queriendo transmitir. Y así cada pequeño logro en pos de la adquisición del lenguaje lo festejabamos y aplaudíamos como otro modo de incentivarlo; esto le encantaba!.

Cuando cumplió 2 años puedo decir que se produjo un boom! comenzó a utilizar más palabras, de más sílabas, a hilar oraciones medianas y ahí ya nadie lo paró!. Los llantos disminuyeron en la medida en que iba hablando más, porque ahora podía expresar sus necesidades, sus miedos, sus deseos y ser entendido. Hoy puedo decir que él ama hablar y yo amo hablar con él. De este modo diariamente tenemos diálogos eternos mediante los cuales profundizamos más nuestro vínculo como madre e hijo. 

P.D.: de dispositivos móviles poco y nada, media hora por día a lo sumo y creo que este límite lo forzó a tener que pedir cosas en la vida real mediante palabras y a que hablara más rápido.

¿Y ustedes de qué hablan a todas horas?

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