Mi hijo y mi perra o mi perra y mi hijo

En honor a la verdad, debo decir que mi can llegó casi 5 años antes que mi hijo a este mundo. También debo confesar que antes de ser mía, fue de mi novio con su ex pareja, por lo tanto cuando yo la conocí ya era una perra adulta y criada. Si bien actualmente es la única mascota que tenemos, ella siempre fue, es y será la perra alfa de la manada que responde a su único dueño: mi novio y bajo ese contexto tuvimos que aprender a convivir. 

Fue difícil los primeros tiempos porque estaba acostumbrada a otro hogar y otra mujer de papá, en una casa en la cual las reglas eran más laxas y permisivas que lo que fueron conmigo y ese fue el primer punto de choque. El día que yo ingresé a la cama de mi novio, ella salió para siempre y esa regla no le gustó jamás; es más hasta el día de la fecha la resiste activamente y de vez en cuando se escabulle arriba de la cama o a los costados en el piso para no sentirse tan desplazada. 

Desde este punto de vista de posesión y falta de límite, debo admitir que tenía miedo por el bebé, no creía que lo fuera a morder, porque nunca fue de ese estilo (ni siquiera conmigo que soy la que le pone los puntos fuertes), pero sí temía que le hiciera desaire o lo ninguneara. Los días que estuvimos en el Sanatorio una amiga se quedó a cuidarla y nos comentó que arrancó con “dolor de cintura” cada vez que subía o bajaba de algún sitio o la acariciaba en el lomo, hecho que luego el veterinario corroboró que era solamente “psicológico” (casi más me muero al enterarme).

Cuando llegamos a casa con el bebé fue todo muy natural, se volvió loca llorando por la emoción de habernos visto, olió al bebé y siguió haciéndonos fiesta. En conclusión, lo ignoró casi olímpicamente. Con el correr del tiempo tuvieron intervalos donde uno seguía al otro, por ejemplo a los 4 meses de Dr. Pipino cuando se dio cuenta que la perra existía la quería acariciar y no se dejaba; luego a los 10 meses ella lo buscaba pero él estaba entretenido aprendiendo a caminar, etc.; etc. 

A medida que el nene fue ganando autonomía, le enseñe las reglas básicas de convivencia para con la perrita, por ejemplo: le tuve que marcar la diferencia entre una caricia y hacer daño, lo instruí acerca de no molestarla cuando comiera y cualquier otra situación que pudiera llegar a causar conflicto entre ambos. Solo después de los 2 años de edad de vez en cuando juegan, se corretean un poco, él la acaricia o se le sube encima y ella lo deja, a veces ella duerme a los pies de la cama de él pero nada más. Se toleran, se tratan bien, aprendieron a convivir pero no son grandes amigos. Los únicos momentos en que ella se vuelve verdaderamente protectora y está encima de él son cuando está en algún lugar abierto, ahí lo sigue y lo acarrea cual oveja a su rebaño, o cuando está cerca de desconocidos que “olfatea” que pueden llegar a ser peligrosos. Y eso me encanta, se lo celebro y agradezco porque 4 ojos ven más que 2 y el olfato perruno no falla. ¡Es como una guardaespaldas de lujo!.

Recuerdo que una vez leí hace muchos años en algún lado que cuando una tiene un bebé no es conveniente hasta que el niño o niña tenga aproximadamente 4 años introducir un cachorro de ninguna especie en la familia porque es como criar 2 bebés juntos. Me parece que en ese sentido fue fundamental a la hora de tener a mi hijo, que la perra ya no fuera cachorra, sino que fuera adulta para no tener que estar al pendiente de ambos. 

¿Y vos, tenés mascotas?, ¿cómo se lleva con tus hij@s?